por Francisco Valdebenito
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De aquello que es terrible, ¿podemos decir que es bello o que por lo menos es algo agradable para ser mirado? Hablamos de retratos, fotografías, edificios, pinturas y de tanta acción humana que diariamente decimos que nos gusta. O quizá, de algún arte que esté en exhibición en algún museo, sala, sitio web y tanto más. La duda me nace por lo que hace poco hablé con un amigo, referido a la intención de una obra y lo que está allí representado. Esa idea me siguió dando vueltas en mi memoria y resultó fructífera un día que me encontraba de viaje en Vietnam. Al escuchar este nombre uno evoca “guerra”, “fracaso” y “horror” –“horror”, recuerdo la frase de Marlon Brandon en Apocalipsis Now. En su capital, Saigón, también llamada Ho Chi Min, existe un museo que exhibe fotografías de la guerra. Fotos terribles, que lo hacen a uno odiar cualquier arma, pensar y pensar en el mundo, en las personas.
Al ir recorriendo cada uno de los tres pisos que conforman el museo, uno se admira de lo horrible y terrible que puede convertirse el mundo. Fotos realmente espantosas, que te hieren el alma provocando un nudo en la garganta, por decir lo menos. De los salones del museo el primero es el más cruento, quizá porque uno no acostumbra a recibir tal impacto de vivencias en blanco y negro. Niños muertos, pueblos incendiándose, cadáveres luego de una explosión, fetos –en directo– con malformaciones. Uno queda atónito y desalmado.
Los dos pisos restantes son algo más soportables. El tercero, al cual me referiré más adelante, está dedicado a los fotógrafos muertos en servicio durante la guerra: fotos extraordinarias, ganadoras de premios Pulitzer; fotos que sacan lágrimas de goce estético y, adivinen, ¿cómo puedo hablar de bello si la foto muestra muerte? Es extraño. Ahora, una semana después de estar en ese museo, me sigue pareciendo ajeno, pero a la vez tan sentida esa emoción de ver lo prístino en una foto blanco y negro que muestra todo aquello.
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Me tomo la libertad de reproducir esta foto magnífica como ejemplo[1]. Es una foto preciosa, muestra de manera tan perfecta el dolor de la guerra, las lágrimas de la niñez, la desolación, la devastación, la desesperación. Me llega a doler el corazón al verla, aún así la observo con admiración.
Esta fotografía, más bien el fotógrafo, retrata su visión de la guerra. No sé si quiso hacer una obra para una exposición –lo más probable que no–, es más seguro que como reportero en servicio la haya tomado como evidencia del desastre que se estaba provocando. Mas, quiero dejar de lado el hecho particular y enfocarme en la situación contradictoria en la que me encuentro ¿puede ser objeto de admiración esta fotografía? Muestro otra.
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Esta foto “Vietnamese Mother and Children Flee Village Bombing”[2], tomada por Kyoichi Sawada, fue ganadora de un Pulitzer. Y muestra, al igual que la anterior un pasaje real –muy real– de la vida. ¡Qué rostros! Huyen luego que comenzaran a caer bombas en su villa el 7 de septiembre de 1965. Qué puedo decir. El niño que mira la cámara nos habla, nos pide ayuda. La joven de pelo suelto, que lucha por arrastrar a la orilla a su hermano, nos contagia su desesperación. La madre, con su fortaleza protege a sus pequeños e inocentes hijos: todos ellos víctimas de esa masacre. Qué labor la del fotógrafo, quien sin duda no pensaba en un premio, quizá no pensaba nada, sólo actuaba con su cámara, para qué, para lograr una imagen, una representación lo más perfecta de ese mundo en guerra, de esa parte del mundo que se llenaba de huérfanos, de viudas, de niñez interrumpida y que mostraría, una vez más, la barbarie de la cual aún somos capaces.
Para ir cerrando, en ambas fotos tenemos una perfecta muestra de dolor y una también perfecta muestra de las consecuencias humanas –físicas y psicológicas– de la guerra. Por muy dolorosas que sean, hay un sentimiento que fluye, junto a esa pena o rabia, que recorre otra veta de nuestra esencia humana, que es el entender lo que se nos muestra, y aún más, poder complacernos en ello. Es la fotografía como tal, en su proporción, en su mensaje claro, la que me produce cierta admiración y goce estético. Si la pienso como verdad, como realidad, hay dolor, mas como representación, enmarcada en su situación de escala de grises y figuras, me parece una obra completamente delineada. Y aquí me sirvo de la ayuda de Santo Tomás: “por eso decimos que alguna imagen es bella si representa perfectamente el objeto, aún cuando sea feo” [3]. Sea feo o terrible, agrego. Estas fotografías son bellas en cuanto fotografías, y no, en ningún momento, como realidades. Muestran, nos presentan algo que logra que nosotros, persona ajenas a ese tiempo y a esas circunstancias, nos involucremos y vivamos ese mundo no fuera, sino dentro de nosotros mediante la percepción de las figuras retratadas y su conocimiento pleno.
Creo que esto responde mi pregunta –de una manera quizá no tan simple, pero acotada. El hecho está en lo representado, perfectamente realizado, por ello atrae mi vista y me vuelca con todo mi ser a descubrir cada centímetro de esa escala de grises. De allí a decir bello, puede que caigamos en un tema de percepción, no de gustos, sino que lograr ver más allá de lo físico, de los colores que nos chocan y nos hieren. Lo bello se manifiesta al poder compenetrarse con lo visto, en sentir total y exhaustivamente lo que se nos muestra. Aunque la fotografía sea color –aspecto que resalto bastante–, hay mucho más en juego –debo también insistir–: emociones en cada rostro; en cada movimiento congelado existe una interpretación de lo visto, lo cual se convierte en algo vivido por el espectador[4].
Para terminar, no intento convencer a nadie más que a mí mismo, para no creer que estoy loco por ver belleza en lo terrible. Todo esto partió como una conversación acerca de una imagen tomada en Belgrado hace dos años y que siguió dilatando mis pensamientos, como otras tantas cosas que me crispan lo pelos durante mis viajes y que vuelven a recrearse cuando reviso mis archivos. Declaro que este es un tema peliagudo, pero me interesaba destacar dos cosas, la guerra y la belleza que podemos encontrar en este arte llamado fotografiar el mundo creado y vivido con todos sus bemoles.
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Notas:
[1] Pido disculpas al lector por no poder entregar el nombre del fotógrafo, quien entregó su vida en Vietnam.
[2] Quienes deseen ver más fotografías de este autor puede visitar: http://www.corbisimages.com/Search#pg=Kyoichi+Sawada
[3] Suma Teológica I, c39, a8, c. Este tema es bastante complejo, pues lo bello, como nos dice Santo Tomás –y desde San Agustín–, hace relación al entendimiento, es decir al conocimiento. En este aspecto se dice que la belleza es splendor veri o esplendor de la verdad o que es el bien conocido. No quiero extenderme demasiado, sólo quiero hacer notar que la belleza, como noción, hace relación a la realidad como objeto de conocimiento y no como realidad sustante. Es por esto que lo bello no está en las cosas, sino en la persona que ve o conoce, es decir, en el ser intencional, en la representación de la cosa en nuestra mente. Podemos dilucidar que este tema merece una tesis, y al parecer más.
[4] A esto se le denomina conocimiento por connaturalidad, o en otras palabras, volverse uno solo con lo conocido.
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